LA TORMENTA DE ARENA

Estábamos de vuelta y probablemente tardaríamos cinco o seis días en llegar a casa, pero el hecho de haber superado tantas penurias en el viaje de ida nos brindaba una falsa sensación de seguridad. 

Aunque aún nos faltaban más de 3900 km para llegar, en cierto modo teníamos la sensación del que el viaje tocaba a su fin. 

Volvíamos de Dakar, habíamos cruzado la frontera entre Mauritania y Senegal por el paso de Roso, según dicen una de las peores aduanas del mundo, fama bien merecida como pudimos comprobar en nuestras propias carnes. 

En Mauritania, cerca de Nouakchott, a mediodía y con 50 grados de temperatura, un golpe de calor, casi acaba con la vida de uno de nosotros, de no ser por la rápida intervención de un mauritano que casualmente pasó por allí.

Incluso habíamos tenido que repostar con la gasolina que llevábamos en bidones, para completar las largas distancias sin gasolineras.

Ahora, tras hacer noche en Nouadhibou, dejábamos atrás Mauritania y circulábamos por el Sáhara Occidental a trompicones, debido a los múltiples controles policiales que tenía aquella ruta en aquella época. Con varios viajes por Marruecos y el Sáhara a nuestras espaldas, íbamos prevenidos para estas paradas policiales, y por ello llevábamos fotocopias con la información personal que solían pedir, escritos en francés. De esta manera se agilizaban ligeramente las paradas.

A nuestra izquierda el Océano Atlántico Norte, a nuestra derecha la inmensidad del desierto del Sáhara, enfrente nuestro la ruta de regreso. En este tipo de viajes en el que se cruzan varios países, cada paso fronterizo es una complicación añadida, y en ese momento, aunque aún circulábamos por el Sáhara Occidental, tan solo nos quedaba cruzar la aduana de Marruecos a España, por eso nos sentíamos aliviados y confiados. ¿Qué más nos podía pasar?

Pues pasó algo más.

Levemente, de forma casi imperceptible el aire empezó a levantarse. A los pocos kilómetros, casi sin percatarnos, ya circulábamos por las rectas carreteras con las motos inclinadas hacia la derecha, para contrarrestar la fuerza que nos empujaba hacia el lado contrario. No contábamos con la fuerza de la naturaleza desatada, soplando con todas sus fuerzas y lanzándonos toda la arena del desierto. 

Sin detenernos e instintivamente, cerramos las cremalleras de la chaqueta y la pantalla del casco, a la vez que reducimos la velocidad ante el peligro evidente de caída por el viento. Recuerdo el ruido de la arena golpeando contra el casco, y la sensación de miedo a perder el control de la máquina. Aún con la pantalla totalmente cerrada, el viento y la arena se colaba por cualquier pequeña rendija que encontrara, obligándome a entornar los ojos hasta prácticamente cerrarlos. 

Durante una hora y media seguimos conduciendo bajo el azote de la tormenta de arena, hasta que por fin se fue y lo hizo de la misma manera que vino, lentamente y sin avisar. Cuando llegamos a Dakhla, la antigua Villa Cisneros, pudimos observar la huella que la arena había dejado de recuerdo en nuestras motos: la barra derecha de la suspensión delantera, la culata derecha del motor bóxer y las barras de protección limadas por la arena y la pantalla transparente con la mitad totalmente esmerilada.

Después, en la ducha de la pensión donde paramos a dormir, salió arena de todos los rincones de mi cuerpo, y cuando digo todos, me refiero a todos, no quiero entrar en detalles. Por suerte, uno de los amigos del grupo traía consigo colirio para los ojos, y gracias a él pudimos aliviar el escozor y enrojecimiento producido por la arena, aún con la pantalla del casco totalmente cerrada. Desde entonces siempre llevo conmigo unas cuantas monodosis de colirio.

A la hora de la cena, un muslo de pollo famélico y una coca cola caliente, acompañaron las risas comentando la experiencia, otra más a la saca.

ROYALER@S

La verdad es que la temperatura no invitaba mucho a salir en moto, pero no podía rechazar la amable invitación que me había hecho días atrás Xevi, alma mater del grupo de Royal Enfield del Vallès, en la provincia de Barcelona. 

El punto de encuentro fue una conocida churrería de Sabadell, por lo que gracias a su chocolate caliente, alivió un poco el frío a los primeros en llegar. No hubo que esperar mucho, a la hora fijada éramos nueve motoristas, incluido una chica, dispuest@s a pasar una mañana de diversión rodando en moto. 

El frío no nos amedrenta

Después de los saludos y presentaciones de quienes todavía no nos conocíamos, arrancamos motores en dirección al Parc Natural de Sant Llorenç del Munt i l’Obac. En esta salida llevamos el catálogo de Royal Enfield prácticamente al completo: Sònia con su Himalayan 410, Carlos con la Interceptor 650, Ricard con su Classic 500, Carles con la Continental GT 650 y Xevi con su Bullet Trials 500, entre otras motos. 

Me coloqué el último de la fila, más que nada para poder observar a estas bonitas máquinas en su hábitat natural: las carreteras reviradas. 

Llegan las primeras curvas y las afrontamos a ritmo tranquilo, disfrutando del paisaje y del sonido de los escapes, se nota que estamos en el patio de recreo del grupo Royal Vallès, sus motos se desenvuelven con naturalidad en el parque de Sant Llorenç.

Las motos al sol de invierno

Royal Enfield es la marca de motos que lleva más años de producción ininterrumpida, desde 1901 en que fabricaron la primera motocicleta, no han dejado de fabricar hasta la fecha. Anteriormente fabricaba para la industria armamentística, en 1893 inventaron el lema que todavía hoy luce en sus motos: made like a gun (hecha como una arma). La empresa empezó produciendo en Inglaterra para más tarde abrir otra factoría en India, donde sigue la producción actual.

Vamos ascendiendo por el Parc Natural, pasamos por tramos sombríos y en mi moto se enciende el indicador de riesgo de hielo, hay que trazar con cuidado y frenar con antelación. Al llegar a la parte más alta, son casi las once de la mañana y el termómetro marca 0 grados. Es lo que tiene salir a rodar en plena ola de frío, pero nada detiene a este grupo de entusiastas moter@s seguidores de la marca británica.

0 grados, ni frío ni calor

Personalmente nunca he tenido una Royal Enfield, no obstante tengo un poco de experiencia con una Bullet, fue la moto que me llevó en un periplo por Nepal. Guardo un gran recuerdo de aquella moto y de aquel viaje, en el que recorrí el valle de Kathmandú y ascendímos hasta el reino de Mustang. Durante cerca de quince días la pequeña 350 fue mi infatigable compañera, que me llevó sin desfallecer por carreteras rotas y pistas embarradas, cruzando cauces de río y puentes de madera y con la seguridad de que cualquier contratiempo mecánico, lo habrían podido solventar en la primera aldea en la que hubiera un mecánico con una martillo y una llave inglesa.

La ruta con los chic@s de Royal Enfield del Vallès pasa por Monistrol de Calders, donde hacemos una parada técnica para reponer fuerzas. Entre risas y anécdotas y con un buen desayuno a la mesa, conseguimos olvidar el frío pasado. 

Que no falte un buen almuerzo

Para terminar la salida, volvemos haciendo alguna que otra parada para tomar fotos de las motos. Las Royals son bonitas y fotogénicas, y poseen una belleza atemporal que hace que estéticamente gusten a casi todo el mundo. 

Recientemente la firma británica ha comunicado el fin de la fabricación de la Bullet, victima de las normas medioambientales europeas. En concreto la Euro 5 ha acabado con la motocicleta más antigua del mundo en producción continua, ya que empezó en 1932. Más adelante le seguirá el modelo Classic.

Variedad de modelos

Cuando llego a casa y aparco mi moto pienso que no me importaría tener una Royal en el garaje. Muchas gracias chic@s por dejarme participar de tan selecto grupo. Nos vemos en la próxima.