LA PASIÓN QUE TODO LO PUEDE

Llevábamos varias semanas que indefectiblemente, al llegar el fin de semana se daba la misma circunstancia, lluvia y más lluvia. Pero ese fin de semana, a pesar de que también anunciaban lluvias torrenciales, tenía una particularidad que lo diferenciaba y lo hacía especial. Era el primer fin de semana en el que se levantaba el confinamiento comarcal. 

Después de meses escudriñando los límites de mi comarca sobre la moto, trazando líneas imaginarias en mi mente, ya que no hay no hay rallas pintadas en el asfalto que te indiquen: aquí acaba el Vallès Occidental, se abría ante mí la posibilidad de rodar sin tener que vigilar límites geográficos. Bueno sí, se mantenía el confinamiento de Catalunya, a menos que tuvieras intención de ir al país vecino de Andorra, pero esta incomprensible contradicción merecería muchas páginas de debate, o sea que la voy a pasar por alto. 

El fin del confinamiento comarcal suponía poder rodar junto a amigos de otras comarcas, con quien vamos manteniendo el contacto por redes sociales, pero llevamos meses sin rodar juntos por ocio. Durante la semana fuimos haciendo planes ilusionados con atravesar comarcas sin fin y en grupo más o menos numeroso. Barajamos la posibilidad de ir hasta el Pirineo y buscar un trazado de pistas, o hacer una ruta más asfáltica con muchas curvas, eso sí, todas las opciones pasaban por estar todo el sábado rodando. 

A medida que se acercaba el fin de semana el pronóstico de lluvia se afianzaba con más fuerza y de forma proporcional perdía fuelle el número de amigos interesados en salir en moto. 

De hecho, dos días antes de la salida prevista, había quedado para tomar un café con mi amigo Manel Kaizen en una población a unos 50 km al norte de donde vivo, y por supuesto me alcanzó la lluvia. ¡Pero qué lluvia! Había tramos de la carretera inundados, con vehículos parados en el arcén con los cuatro intermitentes, por el exceso de agua. Yo había salido con ropa de calle y una chaqueta de Barbour muy poco impermeable, aunque en un rincón del baúl de la moto guardaba un pantalón de lluvia que al menos me mantuvo las piernas más o menos secas durante un ratito, pues de vuelta a casa tuve que poner a secar toda la ropa. La cuestión es que la lluvia no pudo con las ganas del café con Manel.

A menudo cuando me alcanza la lluvia circulando en moto, me trae recuerdos de viajes, me evoca lugares lejanos en los que no me ha quedado otra que seguir viajando a pesar del aguacero. Quizá por esto casi me atrevo a decir que me gusta la lluvia en moto. 

Pero entiendo que no a todo el mundo le guste como a mí, por eso entendí perfectamente que el primer sábado de desconfinamiento comarcal, amaneciendo lluvioso y con pronóstico de lluvia para todo el día, sólo fuimos 4 locos apasionados los que nos atrevimos a salir del confort hogareño y enfrentarnos a la intensa lluvia matinal.

Esta no vez me pillaría desprevenido, ya salí de casa equipado con botas, pantalón, guantes y chaqueta de goretex. 

Recorrí con mucha precaución los 30 km hasta el punto de encuentro con mis amigos, aunque había muy poco tráfico, el aguacero provoca una contención a las ganas de salir en festivo de los automovilistas y sobre todo de los motoristas. Ni una sola moto en el recorrido. Hasta llegar al primer semáforo de entrada a Barcelona, en el que vi otro loco como yo esperando el verde. Era Enric, uno de los cuatro apasionados que habíamos quedado esa mañana. Llegamos al punto de encuentro, Pigio estaba esperándonos, al poco rato llego Juan. 

Desayunamos con parsimonia y tranquilamente, charlamos largo y distendidamente y un buen rato después nos decidimos a volver a la incómoda lluvia. Salimos de la ciudad y nos dirigimos a la carretera sinuosa que nos quedara más cercana. Las curvas se sucedían, un cruce tras otro, una subida tras otra, fuimos cruzando poblaciones y enlazando comarcas, hasta que una parada para repostar gasolina, dió por terminado el encuentro y cada cual volvió a su domicilio, casualmente en distintas comarcas. En esta ocasión ninguno de los cuatro hicimos ni una sola foto, quizás por miedo a que la lluvia malogrará el teléfono móvil, pero la cuestión es que nadie lo sacó del bolsillo.

Llegué a casa con la humedad metida en el cuerpo, por experiencia sé que por bueno que sea el equipo que lleves, después de circular durante horas bajo un chaparrón, siempre hay algún resquicio por el que se cuela la humedad. No obstante la sonrisa volvía a brillar en mi cara. Poder compartir con amigos esa pasión, que puede incluso con las inclemencias del tiempo, no tiene precio.