SIEMPRE APRENDIENDO

Estoy convencido de que la vida es un continuo aprendizaje, un constante ensayo-error del que podemos aprender, sacar conclusiones y modificar comportamientos para mejorar. Casi siempre. Por eso cuando unos amigos me propusieron realizar un curso de conducción trail junto a ellos, no me lo pensé ni un segundo. En tantos años moviéndome en moto, he tenido que superar dunas de arena en el Sáhara, barrizales de arcilla en África, ríos desbordados en Nepal o carreteras heladas en Europa, o sea que podría parecer que soy un motero con amplios conocimientos y experiencia que no necesita cursos. Nada más lejos de la realidad, tengo experiencia, sí, pero también muchos vicios de conducción, o directamente errores sobre una moto. Por eso y por mis ganas de aprender me apunté al curso de iniciación al trail de la empresa TwinTrail https://www.twintrailexperience.es/. Puesto que nuestras agendas eran complicadas de coordinar, finalmente los cinco amigos optamos por hacerlo en un día laborable, contactamos con TwinTrail y después de ver las distintas opciones nos decidimos por un curso “one to one”, en el que el monitor está dedicado exclusivamente al grupo reducido que le ha contratado. Tocaba decidir entonces entre las dos versiones de este curso, podía ser de media jornada (4 horas) o de jornada completa (8 horas). ¿Qué somos, leones o huevones? Por supuesto elegimos el de 8 horas. Se impartiría un miércoles de 10:00 a 19:00, con un descanso de una hora para comer.

En la puerta de TwinTrail

Y llegó el día del curso. A las 9:45 de la mañana Genís, Juan, Pigio y yo, (finalmente Enric no pudo venir por motivos laborales) nos plantamos en la puerta de las instalaciones de TwinTrail Experience en Castellolí, cerca de Barcelona y tras las presentaciones del monitor Carles Falcón, nos dirigimos al circuito cerrado privado, próximo al local, en el que se desarrollan los cursos. 

El monitor levantando un BMW 1250 GS

El curso empezó con un breiffing en el que el monitor nos preguntó acerca de nuestra experiencia en conducción off road, para evaluar el nivel de pilotaje que teníamos. También nos hizo una advertencia muy importante: que nos tomáramos con calma los ejercicios y las prácticas sobre la moto, ya que el curso sería cansado al ser de 8 horas seguidas. ¿Qué somos, leones o huevones? A continuación nos explicó detalles sobre la postura a adoptar sobre la moto según el momento de conducción, esto es en frenada o en aceleración, y nos demostró la técnica para levantar del suelo los 240 kg. de una moto caída.

Escuchando atentamente las indicaciones del monitor

Al poco rato vino hasta el circuito Isaak Feliu, il capo de TwinTrail, cargadito de botellines de agua para que no nos deshidratáramos.

Seguimos con unas prácticas de control del embrague y equilibrio, con giros cerrados a baja velocidad controlando la moto con las rodillas. Antes de ir a comer Carles nos guió en una ruta off road por los alrededores, para practicar todo lo aprendido por la mañana, bajo la supervisión de Carles Falcón, que no nos quitaba ojo. Llegamos al restaurante de Castellolí ligeramente tocados por el cansancio, pero el break del almuerzo nos supuso un ratito de reposo y un chute de energía.

Una forma como cualquier otra de aparcar la moto

Tras la comida volvimos al circuito, por la tarde tocaba practicar frenada con bloqueo de rueda, trasera y delantera. Este ejercicio es fundamental para conocer los límites de tu moto y te aseguro que al principio daba bastante miedo, aunque después lo fuimos perdiendo.

Practicando la frenada

También hubo prácticas de subida y bajada de pendientes de grava con mucha inclinación. A estas alturas del curso ya llevábamos cerca de 6 horas de subir, bajar, de pie, sentado, arrancar, frenar, caer, levantar la moto, y el cansancio estaba más presente. Para finalizar el curso nos esperaba otra ruta off road, más larga y un poquito más complicada que la de la mañana.

En esta ocasión pudimos poner en práctica frenadas en pendiente, curvas cerradas, aprovechar inercias para remontar pendientes y circular sobre distintos tipos de terreno. Cuando faltaba relativamente poco para el fin de la ruta, pasamos muy cerca de un tramo de asfalto, y el monitor nos ofreció la posibilidad de volver a TwinTrail por carretera o seguir por la pista. En este punto yo estaba tan cansado que no quise forzar más y junto a otro compañero, decidimos volver por carretera. Llegamos al local con pocos minutos de diferencia respecto a los que completaron la ruta off, una vez allí nos despedimos de Carles Falcón, un verdadero crack como monitor, que además de manejar una maxitrail como si fuera un patinete, (irá junto a Isaak Feliu y Albert Martín a correr el Dakar 2022 en Arabia Saudí), tiene grandes dotes para transmitir sus conocimientos. Un ratito más nos quedamos los 4 amigos comentando la jugada y riéndonos de las respectivas caídas.

Sí, hubo unas 6 caídas entre todos (aunque uno de nosotros no se cayó ninguna vez, y no diré quién fue), por suerte sin ningún daño material o físico que lamentar. Para estos cursos de tantas horas es importante estar más o menos fuerte o en forma, no sé si somos leones o huevones, pero a mí las agujetas me duraron unos cuantos días.

APRENDICES DE OVERLANDER

Según Wikipedia, Overlanding consiste en viajar a sitios remotos, utilizando mecanismos de transporte con capacidades todoterreno, donde la principal forma de alojamiento es la acampada, durante periodos prolongados de tiempo y abarcando inclusive lugares más allá de las fronteras internacionales. Pues bien, nada más alejado a esta definición fue lo que nos planteamos hacer tres amigos un miércoles del mes de noviembre.

Se daba la circunstancia que la restauración llevaba semanas cerrada debido a las restricciones por la pandemia, lo cual no nos impidió salir igualmente en moto a recorrer pistas y caminos de los Pirineos. Eso sí, deberíamos llevar con nosotros la vitualla necesaria para el día. En principio hablamos de llevar bocadillos preparados en casa, pero después nos vinimos arriba y decidimos que puesto que la ruta pasaba por un refugio de montaña con barbacoa, nos daríamos un festín de carne a la brasa. Con esta premisa nos encontramos en una gasolinera fuera del área metropolitana de Barcelona, en la que llenamos los depósitos de gasolina de la BMW R9T Scrambler de Pigio, la Triumph Scrambler 1200 de Juan y mi BMW F850GS, y arrancamos juntos hacia las montañas del norte. En poco más de una hora llegamos a Ribes de Freser.

En esta pequeña y atractiva población, al pie de la atractiva carretera frecuentada por multitud de moteros de la Collada de Toses, nos detuvimos para hacer unas compras: agua, pan, un poco de embutido y unos impresionantes entrecotes de ternera de raza Bruna dels Pirineus. Acomodamos la comida comprada en los zurrones de las motos y un momento antes de arrancar de nuevo, pensé que si nuestra intención era encender fuego para cocinar, sería una buena idea llevar con nosotros papel de periódico. No encontramos donde comprar diario alguno y se me ocurrió rebuscar en alguna papelera. Nos tuvimos que conformar con cuatro carteles de papel tirados en la basura y los cargamos también en la moto.

Salimos de Ribes de Freser en dirección a Pardines, pero antes de llegar tomamos un desvío hacia la izquierda, con la intención de recorrer la pista forestal que une Pardines con Tregurà, por el Coll de l’Erola y el Camí de Fontlletera, con la intención de parar a comer en el refugio libre Claus, prácticamente a mitad de camino. Pero se quedó en eso, en la intención. La pista estaba cerrada por obras.

Pista cerrada.

Tuvimos que buscar una alternativa, desandamos el camino y volvimos a bajar a Ribes de Freser, de allí fuimos a Queralbs a buscar la pista que en un recorrido de 11 kilómetros, se eleva por encima de los 2000 metros de altitud hasta el Collado de Fontalba.

El Collado de Fontalba.

Las vistas en la subida por una pista forestal ancha con algún tramo ligeramente roto, fue a ritmo alegre, a ratos iba uno delante, a ratos iba otro, disfrutando del paisaje de alta montaña. En Fontalba nos detuvimos un buen rato admirando el fantástico panorama del Pirineo Oriental.

Impresionantes vistas.

Estando en ese bucólico paraje, recordé que conozco otro lugar en el que también hay un refugio libre con posibilidad de hacer barbacoa, les propuse a mis compañeros acercarnos hasta allí y por supuesto aceptaron.

Refugio de Pla de Prats.

De nuevo bajamos a Ribes de Freser, punto de partida de casi todas las rutas montañeras de la zona, desde allí encaramos otro pequeño valle y subimos hasta Campelles, donde empieza la pista jalonada de abetos que sube al refugio de Pla de Prats. Cuando llegamos al refugio estábamos eufóricos ante la inminente fiesta carnívora que se nos presentaba.

Juan y Pigio intentando prender fuego.

Aparcamos las motos a un lado del camino y dejamos cascos y chaquetas sobre una de las mesas de picnic que hay en la parte exterior del refugio. Acto seguido, con la ilusión dibujada en nuestros rostros, tomamos una sartén que traíamos de casa, junto con los entrecots y fuimos a inspeccionar las barbacoas dispuestas a un lado del pequeño edificio. En las parrillas quedaban restos de carbón de usos anteriores, y a su lado había leña suficiente, así que pusimos tronquitos pequeños y los carteles que cogí en la basura en Ribes, sacamos un mechero y le prendimos fuego, esperando que se hiciera la magia. Pero la magia no llegó. Una y otra vez se apagaba, una y otra vez lo prendíamos. La leña al aire libre estaba húmeda y no había manera. Se encendía produciendo una mínima llama, para minutos después apagarse de nuevo. Así estuvimos un rato, hasta que viendo que nuestra técnica de supervivencia de overlander no daba los resultados esperados, alguien sugirió que había traído un bote de judías.

Ni las judías pudimos calentar.

Con toda la frustración del mundo no nos quedó otra que resignarnos, ya que ni siquiera fuimos capaces de calentar las judías. Repartimos las judías, el pan y un poco de embutido y esa fue nuestra comida campestre. La tarde caía y el frío se iba haciendo presente. Por suerte alguien trajo de casa un termo con café caliente, ese fue el remate a tan exótica comida.

Judías de bote frías y un poco de fuet fue nuestro menú.

Entre risas recogimos los bártulos y empezamos la vuelta a casa, eso sí, buscando el camino con más curvas y más largo posible. Creo que es la vez que he vuelto a casa con más comida de la que salí: un magnífico entrecot de ternera Bruna dels Pirienus. Debo añadir que el entrecot cocinado sobre una encimera eléctrica no sabe igual que sobre brasas de carbón, pero es mucho más seguro para un aprendiz de overlander.

Toca volver a casa, por el camino más largo.

LAS CAFÉ RACER NO SIRVEN PARA VIAJAR

Eso me decían, hasta que salió a relucir mi lado más cabezota y me dije a mí mismo un metafórico “sujétame el cubata”, que es la frase con la que expresamos una innata e inmediata acción de hacer algo llamado al fracaso a todas luces. 

Así pues, espoleado por ese “¿y porqué no?”, amarré un par de alforjas y una bolsa sobre depósito a mi flamante Triumph Thruxton 1200 R y me dispuse a devorar kilómetros. 

¿Que el asiento monoplaza es duro? Sí. ¿Que el espacio de carga es escueto? Vale. ¿Que con mi 1,80 tengo que llevar flexionadas las piernas sobre las estriberas atrasadas? Bueno. ¿Que los seminanillares me obligan a inclinar el cuerpo hacia adelante? De acuerdo. Pero soy un curtido motero/viajero/overlander/devorakilómetros (nótese la ironía) y no hay distancia que me eche para atrás.

Una mañana de primeros de mayo, tras cargar con cuatro mudas, el equipo de lluvia y llenar el depósito, me dirigí a buscar la autopista en dirección a Francia. Sería un viaje sin un objetivo concreto, como me gustan a mí, pero sí con unos sitios determinados que visitar. Me gustaría llegar a Gran Bretaña. Ya veremos. Voy sólo y puedo decidir donde y cuándo parar, como a mí me gusta, así que iré tirando y cuando me canse paro a pasar la noche y seguiré al día siguiente, me dije. Crucé la frontera casi sin enterarme, hice algunas paradas a repostar y beber café. Los kilómetros se sucedían de forma natural. Atravesé el espectacular viaducto de Millau. Venga, un poquito más, me sentía fresco.

El viaducto de Millau al fondo.

Continué empujado por la ilusión del viaje recién empezado. Después de comer ya no estaba tan descansado, pero seguí sin plantearme buscar alojamiento todavía. Un pocos kilómetros más. Hasta que poco a poco, empezaron a molestarme primero el cuello, después los brazos y finalmente las piernas. Acababa de pasar Clermont-Ferrand y llevaba cerca de 700 kilómetros. Pensé, sigo hasta Orleans y voy buscando sitio para dormir.

Parada para repostar.

Después de unos cuántos “un poquito más” mentales, finalmente encontré un alojamiento en Clichy, muy cerca de París. El primer día del viaje me había atizado más de 1000 kilómetros sobre mi maravillosa Triumph café racer. Al bajar de la moto en el motel de carretera, me dolía todo el cuerpo. Me duché, me tumbé en la cama y al poco rato empecé a temblar. Tenía fiebre. Era la respuesta de mi organismo al ataque que le había supuesto la paliza de incomodidad sobre la moto. En ese momento, sin un paracetamol que me bajara la fiebre, debí admitir que ya no era un chaval, y lo que tantas veces había hecho con menos edad, a mis 57 años era un sobre esfuerzo innecesario. Y me juré que el resto del viaje me lo tomaría con más calma.

Eso sí, a la mañana siguiente me sentía totalmente descansado y con ansias renovadas de moto. Un frugal desayuno y de nuevo me lancé en dirección norte, hacia las costas de Normandía. En poco más de 4 horas recorrí los 300 kilómetros que me separaban de Calais, aparqué la moto en la cola de embarque y compré el pasaje que me llevaría a la Gran Bretaña

Esperando para embarcar.

Las colas para embarcar siempre son un buen lugar para conocer y hablar con viajeros, aunque de momento soy el único motorista, hago buenas migas con unos cuantos british, que viajan en automóvil o en autocaravana. Más tarde llegaron una pareja en otra moto.

La espera pasó de forma más o menos amena y al poco tiempo dejaba la moto aparcada en la bodega del barco, durante las 2 horas que duraría la travesía. Una vez abordo me pude relajar y aproveché para hablar con mi mujer y ponernos al corriente, siempre que viajo me gusta estar en contacto con ella. Después contacté con mis hijas y me contaron que casualmente, iban a estar unos días de vacaciones en Londres, con un poco de suerte podríamos coincidir y vernos.

La Thruxton 1200 R amarrada en la bodega.

En este punto te voy a dar una información de servicio: en el ferry que cruza el Canal de la Mancha hay máquinas expendedoras de cambio, en las que puedes cambiar euros por libras esterlinas y viceversa. 

Máquina de cambio a bordo.

Al descender del barco en Dover, los trámites de aduana e inmediatamente máxima atención para incorporarme a la conducción por la izquierda, sobre todo en las intersecciones y rotondas, so pena de comerme el frontal de algún Rover,Morgan o Jaguar

Me dirigí en busca de la M1, rodeando el gran Londres. Más hacia el norte, paradita en un hotel en ruta, donde un sueño reparador, seguido de un buen “british breakfast”, me dejó listo para proseguir la ruta hacia las Midlands británicas.

Full british breakfast.

Llegué hasta Hinckley, concretamente a la factoría de las motocicletas Triumph, de donde salió la mismísima Thruxton 1200 R que me llevó hasta allí. Aparqué mi café racer en el amplio aparcamiento y dediqué el resto de la mañana a recorrer el museo de esta emblemática marca de motos. Pero la narración de la visita al museo te la contaré en otra ocasión.

Triumph factory visitor experience.

Tras explayarme en la sede de Triumph, regresé sobre el camino recorrido y me planté en el centro de Londres. En otra conversación con mis hijas me hicieron saber que ya estaban en la City, con lo que planeamos encontrarnos al día siguiente en Camden Town

El domingo amaneció espléndidamente soleado y me di un paseíto matinal por Notting Hill y la zona del mercadillo de Portobello. Después me desplacé a Camden Town, donde por fin, me encontré con mis hijas, después de meses sin vernos. Con ellas las risas y el cariño fluye en cada conversación. Las dos horas con Laura y Míriam, bajo un agradable sol de mayo en la terraza de Camden Town pasaron volando.

Encuentro con Míriam y Laura en Camden Town.

Por la tarde, como cada vez que visito Londres, no pudo faltar la visita al Ace Café, donde mi café racer se sentía en su ambiente, aparcada en el parking del famoso bar motero.

Después de unos días en la capital británica empecé el viaje de regreso, pero esta vez me disponía a cruzar el canal por otro punto.

Madeira Drive de Brighton.

Una hora y media me bastó para llegar a la playa de Brighton, a poco más de 100 kilómetros del centro de LondresBrighton es un destino turístico de playa muy frecuentado por visitantes británicos, que se hizo tristemente famoso por los enfrentamientos a palos entre los mods y rockers de 1964.

Ambiente mod en Brighton.

Los hechos de Brighton ’64 inspiraron la película Quadrophenia en 1979, una de las películas fundamentales en la historia del rock. Todavía hoy en día se respira un cierto aire mod en los bares, tiendas y calles de Brighton, especialmente en Madeira Drive, su espectacular paseo marítimo. 

Digna de Quadrophenia.
Dejo Brighton tras de mí y me dirijo a Newhaven.
Espectaculares acantilados.

Una buena ración de fish & chips me sirvió de despedida de esta bonita de población costera. Y precisamente siguiendo la costa y sus impresionantes acantilados, llegué hasta Newhaven, y compré un billete para el último ferry del día. La travesía hasta Francia me llevó en 4 horas a Dieppe, ya entrada la noche. A medianoche encontré alojamiento en un sencillo hotel.

La lluvia me acompañó el resto del viaje.

La mañana siguiente amaneció lluviosa en Dieppe, lo que me obligó a equiparme con el traje de lluvia, traje que ya no pude quitarme hasta llegar a casa. Así transcurrió mi travesía durante 2 días por Francia de vuelta a casa. Lluvia, lluvia y más lluvia. Paradas a repostar, paradas a comer, paradas a dormir, siempre con la lluvia como protagonista.

Reportaje bajo la lluvia.

Aún así, con tantos kilómetros bajo la lluvia a los mandos de mi café racer, llegué a casa cansado pero con una sonrisa dibujada en mi rostro y pensando que sí, que las café racer sí que sirven para viajar. De hecho siempre he pensado que se puede viajar con cualquier moto, todo depende del tiempo del que dispongas para hacer ese viaje y de la capacidad de sacrificio que estés dispuesto a asumir.

Sea como sea, no dejes de viajar.

Nunca dejes de viajar.