Eso me decían, hasta que salió a relucir mi lado más cabezota y me dije a mí mismo un metafórico “sujétame el cubata”, que es la frase con la que expresamos una innata e inmediata acción de hacer algo llamado al fracaso a todas luces.
Así pues, espoleado por ese “¿y porqué no?”, amarré un par de alforjas y una bolsa sobre depósito a mi flamante Triumph Thruxton 1200 R y me dispuse a devorar kilómetros.
¿Que el asiento monoplaza es duro? Sí. ¿Que el espacio de carga es escueto? Vale. ¿Que con mi 1,80 tengo que llevar flexionadas las piernas sobre las estriberas atrasadas? Bueno. ¿Que los seminanillares me obligan a inclinar el cuerpo hacia adelante? De acuerdo. Pero soy un curtido motero/viajero/overlander/devorakilómetros (nótese la ironía) y no hay distancia que me eche para atrás.
Una mañana de primeros de mayo, tras cargar con cuatro mudas, el equipo de lluvia y llenar el depósito, me dirigí a buscar la autopista en dirección a Francia. Sería un viaje sin un objetivo concreto, como me gustan a mí, pero sí con unos sitios determinados que visitar. Me gustaría llegar a Gran Bretaña. Ya veremos. Voy sólo y puedo decidir donde y cuándo parar, como a mí me gusta, así que iré tirando y cuando me canse paro a pasar la noche y seguiré al día siguiente, me dije. Crucé la frontera casi sin enterarme, hice algunas paradas a repostar y beber café. Los kilómetros se sucedían de forma natural. Atravesé el espectacular viaducto de Millau. Venga, un poquito más, me sentía fresco.
Continué empujado por la ilusión del viaje recién empezado. Después de comer ya no estaba tan descansado, pero seguí sin plantearme buscar alojamiento todavía. Un pocos kilómetros más. Hasta que poco a poco, empezaron a molestarme primero el cuello, después los brazos y finalmente las piernas. Acababa de pasar Clermont-Ferrand y llevaba cerca de 700 kilómetros. Pensé, sigo hasta Orleans y voy buscando sitio para dormir.
Después de unos cuántos “un poquito más” mentales, finalmente encontré un alojamiento en Clichy, muy cerca de París. El primer día del viaje me había atizado más de 1000 kilómetros sobre mi maravillosa Triumph café racer. Al bajar de la moto en el motel de carretera, me dolía todo el cuerpo. Me duché, me tumbé en la cama y al poco rato empecé a temblar. Tenía fiebre. Era la respuesta de mi organismo al ataque que le había supuesto la paliza de incomodidad sobre la moto. En ese momento, sin un paracetamol que me bajara la fiebre, debí admitir que ya no era un chaval, y lo que tantas veces había hecho con menos edad, a mis 57 años era un sobre esfuerzo innecesario. Y me juré que el resto del viaje me lo tomaría con más calma.
Eso sí, a la mañana siguiente me sentía totalmente descansado y con ansias renovadas de moto. Un frugal desayuno y de nuevo me lancé en dirección norte, hacia las costas de Normandía. En poco más de 4 horas recorrí los 300 kilómetros que me separaban de Calais, aparqué la moto en la cola de embarque y compré el pasaje que me llevaría a la Gran Bretaña.
Las colas para embarcar siempre son un buen lugar para conocer y hablar con viajeros, aunque de momento soy el único motorista, hago buenas migas con unos cuantos british, que viajan en automóvil o en autocaravana. Más tarde llegaron una pareja en otra moto.
La espera pasó de forma más o menos amena y al poco tiempo dejaba la moto aparcada en la bodega del barco, durante las 2 horas que duraría la travesía. Una vez abordo me pude relajar y aproveché para hablar con mi mujer y ponernos al corriente, siempre que viajo me gusta estar en contacto con ella. Después contacté con mis hijas y me contaron que casualmente, iban a estar unos días de vacaciones en Londres, con un poco de suerte podríamos coincidir y vernos.
En este punto te voy a dar una información de servicio: en el ferry que cruza el Canal de la Mancha hay máquinas expendedoras de cambio, en las que puedes cambiar euros por libras esterlinas y viceversa.
Al descender del barco en Dover, los trámites de aduana e inmediatamente máxima atención para incorporarme a la conducción por la izquierda, sobre todo en las intersecciones y rotondas, so pena de comerme el frontal de algún Rover,Morgan o Jaguar.
Me dirigí en busca de la M1, rodeando el gran Londres. Más hacia el norte, paradita en un hotel en ruta, donde un sueño reparador, seguido de un buen “british breakfast”, me dejó listo para proseguir la ruta hacia las Midlands británicas.
Llegué hasta Hinckley, concretamente a la factoría de las motocicletas Triumph, de donde salió la mismísima Thruxton 1200 R que me llevó hasta allí. Aparqué mi café racer en el amplio aparcamiento y dediqué el resto de la mañana a recorrer el museo de esta emblemática marca de motos. Pero la narración de la visita al museo te la contaré en otra ocasión.
Tras explayarme en la sede de Triumph, regresé sobre el camino recorrido y me planté en el centro de Londres. En otra conversación con mis hijas me hicieron saber que ya estaban en la City, con lo que planeamos encontrarnos al día siguiente en Camden Town.
El domingo amaneció espléndidamente soleado y me di un paseíto matinal por Notting Hill y la zona del mercadillo de Portobello. Después me desplacé a Camden Town, donde por fin, me encontré con mis hijas, después de meses sin vernos. Con ellas las risas y el cariño fluye en cada conversación. Las dos horas con Laura y Míriam, bajo un agradable sol de mayo en la terraza de Camden Town pasaron volando.
Por la tarde, como cada vez que visito Londres, no pudo faltar la visita al Ace Café, donde mi café racer se sentía en su ambiente, aparcada en el parking del famoso bar motero.
Después de unos días en la capital británica empecé el viaje de regreso, pero esta vez me disponía a cruzar el canal por otro punto.
Una hora y media me bastó para llegar a la playa de Brighton, a poco más de 100 kilómetros del centro de Londres. Brighton es un destino turístico de playa muy frecuentado por visitantes británicos, que se hizo tristemente famoso por los enfrentamientos a palos entre los mods y rockers de 1964.
Los hechos de Brighton ’64 inspiraron la película Quadrophenia en 1979, una de las películas fundamentales en la historia del rock. Todavía hoy en día se respira un cierto aire mod en los bares, tiendas y calles de Brighton, especialmente en Madeira Drive, su espectacular paseo marítimo.
Una buena ración de fish & chips me sirvió de despedida de esta bonita de población costera. Y precisamente siguiendo la costa y sus impresionantes acantilados, llegué hasta Newhaven, y compré un billete para el último ferry del día. La travesía hasta Francia me llevó en 4 horas a Dieppe, ya entrada la noche. A medianoche encontré alojamiento en un sencillo hotel.
La mañana siguiente amaneció lluviosa en Dieppe, lo que me obligó a equiparme con el traje de lluvia, traje que ya no pude quitarme hasta llegar a casa. Así transcurrió mi travesía durante 2 días por Francia de vuelta a casa. Lluvia, lluvia y más lluvia. Paradas a repostar, paradas a comer, paradas a dormir, siempre con la lluvia como protagonista.
Aún así, con tantos kilómetros bajo la lluvia a los mandos de mi café racer, llegué a casa cansado pero con una sonrisa dibujada en mi rostro y pensando que sí, que las café racer sí que sirven para viajar. De hecho siempre he pensado que se puede viajar con cualquier moto, todo depende del tiempo del que dispongas para hacer ese viaje y de la capacidad de sacrificio que estés dispuesto a asumir.
Sea como sea, no dejes de viajar.